miércoles, 21 de diciembre de 2016

En homenaje a las tres militantes de HIJOS-Tucumán, fallecidas

En homenaje a las tres militantes de HIJOS-Tucumán, recientemente fallecidas:
Natalia Ariñez (de la agrupación H.I.J.O.S. Tucumán), Marianella Triunfetti (periodista del colectivo de Comunicación Popular La Palta) y Alejandra Würschmidt –docente; reproducimos el testimonio que diera en junio de 2016, Natalia Ariñez.
Operativo Independencia: justicia en las palabras de una hija
27/06/16
Fotografía de Julio Pantoja | Agencia Infoto

La sala llena. “Que pase Natalia Ariñez”, dijo el presidente del Tribunal Oral Federal Gabriel Casas. La puerta se abrió y la militante y referente de la agrupación HIJOS caminó con la cabeza erguida y la pisada firme hasta el centro de la sala. Sonreía. Nervios, satisfacción, alegría y responsabilidad parecían conjugarse en esa sonrisa. Sonriendo prestó juramento “por sus creencias”, como acostumbra enunciar el juez. “Buen día, Natalia”, la saludó el abogado querellante Pablo Gargiulo. La familiaridad con la que se dirigió a ella no era solo la de un abogado representante y su representada. Los une mucho más que eso. Los unen la historia, las luchas y sus historias.

“Soy la hija de Jorge de la Cruz Agüero. Lo que voy a contar es mi reconstrucción de los relatos de mi madre, de mi familia, de los amigos y compañeros de mi papá”, explicó la mujer que todavía no había nacido cuando Jorge fue secuestrado. Jorge tenía 17 años. Era estudiante del Instituto Técnico y estaba de novio con Silvia Sandoval. “Mi mamá estaba embarazada de tres meses.  Yo nací exactamente seis meses después del secuestro de mi papá”, detalló Natalia. Y explicó por qué sus padres no vivían juntos: “Como mi papá era menor de edad necesitaba el permiso de mis abuelos para poder casarse y la condición que pusieron mis abuelos fue que viviesen, hasta tanto se casasen, cada uno en la casa de sus padres”.

Jorge de la Cruz fue sacado de su domicilio el 13 de enero de 1976. “Mi abuela me contó que cerca de las 3:30 de la mañana, mientras estaban durmiendo, entraron personas que se identificaron como policías”, reconstruyó Natalia que había descripto palmo a palmo la disposición de cada espacio en la casa de su abuela paterna. “Rompieron la puerta, los amenazaron. Mi papá estaba durmiendo y evidentemente lo llevaron envuelto en las sábanas de su cama y no le permitieron vestirse”, agregó sabiendo que ese no era un detalle menor. Más tarde fue ella misma la que retomó ese detalle para reforzar por qué es incomprensible la excusa de una guerra.

Esa misma noche se realizaron otros operativos en los domicilios de ex estudiantes del mismo colegio al que asistía Jorge. Uno de esos operativos fue en la casa de Rafael Coria. “Entraron a su casa golpearon al padre de Rafael, pero Rafael pudo escaparse por los fondos”, contó Natalia en esta reconstrucción que hizo a partir de, como dijera al principio, los relatos de su madre, familiares y amigos. “En ese momento que escapa va a la casa de mi mamá”, dijo y explicó que la distancia entre una casa y la otra era de 12 cuadras. “Le cuenta lo que había sucedido y le dice que lo vayan a buscar al ‘negro’. Así le decían a mi papá”, aclaró. Desde la parte de atrás de la sala de audiencias Silvia Sandoval escucha el relato. La historia de esa noche en boca de su hija. La noche en que apenas Rafael le advirtió lo que estaba pasando, salió con lo puesto. La escena que encontró. Los hermanos de Jorge en el zaguán.

“No la dejan entrar en ese momento”, contó Natalia. Lo que sí hizo la madre de Jorge fue sacar de la habitación unas hojitas escritas. “Sin saber estaba recuperando lo único que quedó, al menos para mí, de sus palabras, de su cartitas y de su regocijo y de la felicidad de mi llegada”, dijo Natalia. Doña Pabla, la madre de Jorge, le entregó a Silvia, en un sobre de papel madera, esos escritos de su hijo, al que acababan de sacar de su casa. Hoy son hojas amarillentas. Unas lisas, otras rayadas. Otras hojas cuadriculadas que, posiblemente, cambiaron su destino y pasaron de la carpeta de matemáticas a ser soporte de la poesía. “Porque mi papá era poeta”, dijo con algo que se parece bastante al orgullo, pero que lo supera.

La militancia que une y sostiene

Silvia se fue esa misma madrugada  a la ciudad de Córdoba. Camino a la estación de trenes que funcionaba en la zona de El Bajo, al este de la ciudad, pasó por la casa de una compañera que le prestó una camperita. Silvia sabía que tenía que escapar para preservar su embarazo y su propia vida. Se habían conocido con Jorge en la Organización Comunista Poder Obrero (OCPO). “Mi papá había empezado a militar desde muy chico. A los 14 o 15 años militaba en el Centro de Estudiantes del colegio y dentro del Centro de Estudiantes Socialistas (CES). Después comenzó a participar de la Organización Comunista Poder Obrero”, contó Natalia.  “Mi mamá venía de militar también en el CES y después militó en el Ardes (una organización socialista tucumana)”, detalló la hija que enarbola la bandera de la militancia.

Silvia y Jorge se pusieron de novios a poco de conocerse. Compartían discusiones políticas, ideales y banderas. “Estaban de novios hacía mucho tiempo y ese mes, el mes de enero pensaban casarse precisamente a raíz de mi llegada”, contó Natalia en una declaración que duró casi una hora. Un 13 de julio nació Natalia. Por razones de salud Silvia había vuelto a Tucumán y aquí dio a luz a la niña. Los padres de Jorge habían hecho todas las gestiones posibles para encontrar a su hijo. Las presentaciones realizadas en el Juzgado Federal a cargo del juez Manlio Torcuato Martínez solo recibieron negativas. Pero a la búsqueda hubo que salir a militarla. Su abuela empezó a encontrarse con otras madres, “con la hermosa ‘Pirucha’ Campopiano, con Faride  de Adris”, enumeró recordando a dos de las primeras Madres de Tucumán. 

    “Mi mamá me regaló infinitamente más libros que muñecas y efectivamente qué hay más subversivo que leer, que pensar, que organizarse, que juntarse.”

— Natalia Ariñez

A esa ‘búsqueda militada’ se sumó Natalia de la mano de su mamá. “Debí de ser muy chiquita porque recuerdo que la veía grandota y no estaría siendo muy alta mi mamá”, soltó a modo de chascarrillo y de referencia. Juntas marcharon por la Plaza Independencia exigiendo aparición con vida. Creció y tuvo que aprender que eran otras las consignas y las exigencias. “Esa misma mujer”, dijo refiriéndose a su abuela, la que presentó hábeas corpus, la que había marchado buscando a su hijo, “cuando yo tenía 25 años me dice que una de las cosas que más lamentaba era sentir que mi papá estaba en algún lugar y ella no lo podía ayudar”. Casi de inmediato soltó: “25 años hacía que lo habían asesinado y ella todavía pensaba que quizás había perdido la memoria y que estaba en algún lugar. Eso es lo más perverso de la desaparición de personas”, sentenció.

La niña que militó sin elegir, eligió la militancia. Juicio y castigo fue su bandera en la agrupación HIJOS donde participa activamente desde hace 20 años. “Tengo más años de militancia que mi papá tuvo de vida”, dijo y el silencio en la sala se hizo más profundo. “Cuando entré a la organización estudiábamos y aprendíamos y entendíamos y leí por primera vez lo que significaba la palabra genocidio”, dijo Natalia y recordó el listado de canciones y de libros considerados ‘subversivos’. “También entendí que en mi casa se escuchaba sólo música subversiva”, agregó. Mercedes Sosa, el Cuarteto Supay, Serrat. “Mi mamá me leía todos los cuentos que otros consideraban que eran subversivos”, continuó. “Mi mamá me regaló infinitamente más libros que muñecas y efectivamente qué hay más subversivo que leer, que pensar, que organizarse, que juntarse”.

Su militancia, su bandera, sus compañeros en estos años de lucha, estaban llenando la sala de audiencias. “Y entendí porque efectivamente los hijos éramos una pieza clave, porque quizás un día si no nos robaban, si no nos sacaban de esos ámbitos, si no nos hacían salir de esos lugares. Si no evitaban que nos canten esas canciones, que nos lean esos libros, que nos cuenten esos cuentos, un día íbamos a estar presentes acá y ese día también había que eliminar”, reflexionó Natalia, la que hoy, al tiempo que ve que al fin los juicios son un hecho, sigue buscando a esos otros hijos que aún no conocen su identidad. “Pero bueno, algunos estamos acá”, concluyó y con su dedo índice señaló a su derecha donde un ‘hijo’ estaba sentado como abogado querellante de sus padres. Señaló a su espalda, donde otros ‘hijos’ sostenían los carteles con los rostros de los desaparecidos. Señaló hacia arriba, a la sala de prensa donde estaban unos, hijos biológicos de sobrevivientes y de desaparecidos y otros, ‘hijos de la misma historia’.

La reconstrucción del cautiverio
FOTOGRAFÍA DE JULIO PANTOJA | AGENCIA INFOTO

“Mucho tiempo después mi mamá se enteró que un sobreviviente lo había visto en el centro clandestino de detención de jefatura”, dijo Natalia con respecto al primer testigo que compartió cautiverio con su padre. En el año 2011 ella misma se entrevistó con este sobreviviente. Juntos recorrieron el edificio al que no se había atrevido a entrar en las primeras inspecciones oculares realizadas en el marco uno de los juicios por delitos de lesa humanidad.  El sobreviviente, José Randace, “no solo es un sobreviviente del centro clandestino sino que era amigo de mi papá”, recordó Natalia.

José y Jorge habían sido compañeros del Instituto Técnico, jugaban juntos el rugby y se habían hecho muy amigos. “Él me contó que lo escuchó en el centro clandestino a mi papá”, dijo Natalia y reprodujo esos recuerdos ante todos los presentes.  “Él recuerda que fue duramente golpeado, torturado, que le preguntaban por personas que conocía, por personas que no conocía. Le preguntaron por los libros que leía y él mencionaba todos los libros que se le venían a la cabeza y aun así era salvajemente torturado”, relató a medida que reconstruía, quizás, el último momento de vida de Jorge. “Recuerda que estaban en un lugar, en un salón donde estaban atados de pies y manos contra la pared, en el piso, vendados y que en un momento escuchó la voz de la persona que estaba a su lado y se dio cuenta que era su amigo Jorge”, agregó.

Jorge jugaba al rugby. Había sido José el que lo había alentado a practicar ese deporte. “Al principio él no quería porque decía que era un deporte de pitucos y que un negrito proletario no tenía nada que hacer ahí”, contó Natalia. Sin embargo Jorge terminó siendo muy hábil en el ruby. Juntos gritaron algunos triunfos. El último recuerdo que José tiene de Jorge fue en ese piso contra la pared en ese salón que se usó para desaparecer personas. “Lo escuchó hablar, después lo escuchó gritar, se dio cuenta que estaba muy torturado, que estaba prácticamente delirando. La llamaba a mi mamá todo el tiempo: ‘Negra, Negra’, le repetía. En un momento empezó a gritar más y más fuerte y en este momento lo recogieron las personas que estaban en ese lugar”, continuó Natalia que cada tanto hacía una pausa como quien se intentaba reponer. “Cuando lo levantan y se lo llevan, José puede ver por debajo de la venda que en el lugar donde estaba mi papá había un gran charco de sangre. Fue la última vez que lo escuchó”, concluyó y con la cabeza en alto y el torso erguido respondió: “Mi papá decía ‘negra, negra no te voy a traicionar’".
El negrito poeta

Inoportuno
Gianino Ramazzotti

Inoportuno hasta para la muerte, te llevaron cuando menos debías irte.
Te llevaron dejando un amor por cosechar, una luna por parir, una revolución por celebrar.
Te llevaron dejándonos sin arte y sin razones.
Se llevaron esa boca torrencial desde donde se llovían palabrazos y poemas, aguaceros de verdades, rayos y adjetivos de tormenta.
Te llevaron con tu enorme carcajada melancólica, con tu estrellita roja, con las uvas verdes de tu Violeta Parra.
Te llevaron llevándose la mejor tristeza, la pena más hermosa, la pasión más militante. Te llevaron dejándonos sin ternura para odiar, sin violencia para amar.
Inoportuno incluso para los regresos.
Nunca esperas hasta la victoria siempre.
Sales de tu tumba de pájaros y vientos y vuelves en un diminuto sueño clandestino. Repartiendo esos mendrugos de utopías que nos dejan seguir sobreviviendo.
Inoportuno vuelve hoy, 40 años después, en mí: tu justicia.

“Mi papá tenía 17 años. Tanto mi mamá con mi familia me cuentan que era un chico muy bueno, alto, grandote, buen mozo. De una de esas sonrisas que iluminan”, dijo Natalia con el rostro sonriente y no hubo dudas que es una de las tantas cosas que heredó de ese hombre. “Era poeta, escribía. Me cuentan que sus profesores de literatura lo alentaban mucho para seguir escribiendo”, sostuvo sin que la sonrisa se le borre y con los ojos cada vez más iluminados.  “Además se presentó a muchos concursos literarios y los ganó, para el orgullo y beneplácito de sus compañeros ‘chupa tuercas’”, destacó. ‘Chupa tuercas’ es la forma en la que se les dice a los estudiantes del Instituto Técnico. “Les llegó a ganar a los chicos de Gymnasium que es otro colegio universitario que tienen más esa formación humanista”, agregó con un tono socarrón haciendo referencia a la histórica rivalidad entre los estudiantes de dos de las escuelas experimentales que dependen de la Universidad Nacional de Tucumán.

La sala explotó en aplausos. El abrazo entre la madre y la hija, largo, profundo, parecía decir ‘gracias’. “Nacimos en su lucha, viven en la nuestra”, se leyó en un gran cartel que los compañeros de militancia de Natalia levantaron. Antes de retirarse, Nati quiso homenajear a su padre, el negrito poeta, militante y luchador. “Inoportuno vuelve hoy, cuarenta años después, en mí: tu justicia”, fue la oración final que agregó al poema. Una ‘licencia poética’ que se tomara en la poesía que un amigo dedicara a Jorge de la Cruz Agüero.

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