domingo, 23 de octubre de 2016

Operativo Independencia: las marcas del tiempo

 “Yo me he olvidado de todo, me he olvidado de todo. Ya no tengo la memoria”, y se quedó sentada a pesar que el presidente del Tribunal le dijo que podía retirarse. El llanto desconsolado resonaba en la silenciosa sala de audiencias. Nadie se atrevió a interrumpir el desahogo de Mercedes Tránsito Galiano. El cuerpo de Mercedes carga con las marcas de una vida difícil. El corralito con el que se ayuda a desplazarse había quedado a un costado de la silla en la que estuvo sentada durante su declaración. Pocas palabras dijo para tanta significación expresada de otras maneras. “¿Usted sabe leer y escribir, señora?”, le preguntó el fiscal ad hoc Agustín Chit. La respuesta negativa fue casi instantánea. “Me lo han sacado a mi hijo por la noche”, había dicho antes la madre de José Vivanco que permanece desaparecido.

El paso del tiempo, de estos más de 40 años, se expresa de muchas maneras en la sala de audiencias. A veces aparece explícitamente en boca de los testigos: “Esperé 41 años por este momento”. Otras veces llega con la crudeza de los olvidos que duelen. Otras, se advierte inexorablemente en una vida transcurrida a pesar de las pérdidas pero con los recuerdos intactos por más desgarradores que sean. “Recuerdo que mi mamá me tomó en brazos”, dijo Silvina Leonor Sosa, que en aquel momento tenía seis años. La madrugada del 15 de febrero de 1975 fue la última vez que vio a su mamá, Leonor Millán y la imagen quedó grabada. “Me acuerdo que le hacían dar la cabeza contra la pared y la pateaban. Cuando se la llevaron, para mí, ya iba muerta”, dijo Silvina.

El día anterior, el padre de Silvina, José Antonio Sosa, había sido secuestrado camino a una reunión que tenía en la iglesia Pío X de la capital tucumana. Ese fin de semana, Silvina quedó a cargo de su abuela y su bisabuela. “Eso fue esa noche pero lo que quedó de vida fue terrible porque me robaron todo”, dijo la mujer que mantuvo la entereza de quien le hizo frente a todos los dolores. “Todos los días, hasta que me casé a los 20 años, estuve esperando que me vengan a buscar”, soltó sobre el final de su declaración. Aquella niña no entendía por qué no se la habían llevado. “Todas las mañanas me despertaba y me fijaba si mi abuela respiraba”, recordó la niña que creció con el temor a terminar de quedarse sola.

Escenarios fabricados

Los titulares de los diarios de mayor tirada de Tucumán, Salta y Córdoba anunciaban que cuatro ‘extremistas’ habían sido abatidos. Se trataba de Hugo Silvio Macchi, Daniel Cantos Carrascosa, Abel Herrera y Adán Leiva. “Esta metodología de la simulación de enfrentamientos formaba parte de una acción psicológica de lo que fue el terrorismo de Estado”, dijo David Arnaldo Leiva, hermano de Adán. “Era para que la gente se sienta impotente y no pida por las víctimas, por los compañeros de trabajo, por los familiares”, explicó el abogado que dio testimonio por el secuestro, tortura y muerte de su hermano mayor. “Fue tan sistemático, como el caso de mi hermano que está constatado que fue secuestrado antes que aparezca muerto en un supuesto enfrentamiento con personas que no fueron detenidas con él”, agregó con una contundencia que parecía irrefutable.

Es que David Leiva fue a reconocer el cuerpo de su hermano en el Cementerio del Norte. Con sus 18 años vio esa carne magullada por la tortura. “La impresión que me dio era de una tortura no hecha para sacar información”, dijo más tarde Carlos Macchi, hermano de Hugo, otro de los supuestos abatidos. “Había ensañamiento y sadismo”, sentenció el hombre que entre oración y oración tomaba un traguito de agua, como intentando humedecer los recuerdos que se convertían en palabras.

Adán, Hugo, Abel y Daniel se conocían entre sí. Sin embargo, a partir de los diversos testimonios, solamente Daniel y Abel fueron secuestrados en la misma oportunidad. Los cuatro cuerpos aparecieron casi un mes después de que sus familiares emprendieran la búsqueda.

Adán Leiva estaba con su pareja, Graciela Barcalá, en la casa de Marcelo Patricio Abregú. Los Abregú les alquilaban una habitación y el 19 de setiembre de 1975, a las 3 de la madrugada, una veintena de uniformados irrumpieron en la vivienda. Marcelo es un sobreviviente de aquella noche. Su testimonio dio cuenta de que en ese lugar no hubo enfrentamiento alguno. Que Adán fue llevado vivo junto a Graciela. Que Graciela estaba embaraza de tres meses. Que la aparición del cuerpo de Adán fue una puesta en escena.

“A Hugo le decían ‘Uti’”, contó Inés Eugenia Simerman. “El utilero de payaso” explicó la mujer que fuera novia de Huguito Macchi. Inés era también cuñada de Abel Herrera que estaba casado con Georgina Simerman. A ‘Uti’ lo secuestraron en la vía pública un día después que a su cuñado y a Daniel Cantos Carrascosa. Sobrevivientes del centro clandestino de detención que funcionara en la ex Escuela Diego de Rojas, conocido como ‘La Escuelita’, aseguran haberlos visto allí. La teoría del enfrentamiento queda hecha cenizas ante los testimonios que se sustancian bajo juramento de decir verdad.

Hojas amarillas, hojas amarillentas

El tiempo transforma todo. Las personas, los dolores, los recuerdos. Hay quienes se hacen más fuertes con el paso del tiempo. Hay otros que se deterioran por dentro y por fuera. El dolor se puede volver estandarte de lucha o verdugo silencioso. Los recuerdos se difuminan o se arraigan. A las hojas de papel no les es indiferente el paso del tiempo. Ajadas, amarillentas, marcadas de tanto doblarse y volverse a abrir para releer, algunas cartas llegan como voces presentes de quienes ya no están. “Mis padres escribieron algunas cosas que reflejan su estado emocional”, dijo David Leiva al tiempo que desplegaba unas hojas de papel manuscritas. “Esta amarilla es”, y levantó una que resaltaba entre las amarillentas. En la hoja estaba escrito el detalle de las acciones que siguieron a la desaparición de su hijo. Las denuncias que intentaron hacer pero que no hicieron porque les dijeron que iba a acelerar la muerte del joven veinteañero. “Como ellos no están para testimoniar, soy yo el que puede expresar su voz”, dijo que hombre de cabeza blanca que ahora es abogado querellante en casos de delitos de lesa humanidad en la provincia de Salta.

“Mi madre escribió una carta a mis abuelos con el pedido que estas palabras sean leídas en su entierro”, dijo sobre el final de su declaración Esteban Lisandro Herrera, uno de los hijos de Abel y Georgina. “Quiero gritar al pueblo a ese pueblo por el que viviste y por el que luchaste hasta caer, que te agarraron vivo”, leyó el muchacho recordando a esa madre que tiempo después también fue secuestrada y permanece desaparecida. “Sé que debo ser fuerte, que tengo que cuidar de nuestros cachorritos y tengo que cuidarme para ser yo su mamá la que los eduque”, había escrito la mujer que compartió militancia con su esposo. “Hoy, con vos han matado a tres compañeros más y por cada uno de ellos se levantarán mil puños”, leyó el hijo orgulloso de la militancia de sus padres.

“Juro por los treinta mil detenidos desaparecidos y por la memoria, la verdad y la justicia”, y las luces de la sala de audiencias se apagaron y volvieron a prenderse casi de inmediato. El puño en alto, los cinco dedos juntos y apretados de Raúl Oscar Herrera continuaban firmes en esa especie de pestañeo que desconcertó a los presentes. Había acomodado sobre esa especie de corralito de madera devenido en atril las fotos en blanco y negro de Abel Herrera y de Georgina Simerman.

“¿Cómo estaba conformada su familia para el año 1975?”, le preguntó el fiscal a Raúl. “¿Para qué fecha del 75?”, fue a respuesta del muchacho que los últimos tres meses de aquel año empezó a sentir el desgarrador desmembramiento de su familia. “Dos de mis tíos se fueron a Israel, exhortados por mi abuela materna que no quería seguir perdiendo hijos”, dijo al recordar a los Simerman. “Mi abuelo paterno perdió a sus tres hijos: Claudio, Leonor Inés y Abel”, agregó con el esfuerzo evidente por mantener firme su voz. Esteban y Raúl se enteraron hace apenas seis años que todavía puede haber una vida por buscar. Su madre, fruto de una relación que mantuviera al momento de su secuestro y desaparición, estaba embarazada de entre tres y cuatro meses.

Dolor, angustia y búsqueda

“Mi papá creo que se murió de dolor”, dijo Adriana Slevenson. Claudio Slevenson estudiaba Agronomía en la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA) y era dirigente de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). Se encontraba en la provincia de Tucumán por un acto de cierre de su gestión como dirigente de esa agrupación. Poco más del mediodía del 4 de octubre fue secuestrado de la casa de Daniel Trenchi. Desde entonces, tanto Claudio, como Daniel permanecen desaparecidos.

“Mi madre no podía sentir el dolor de la muerte de mi padre porque estaba desgarrada con lo de mi hermana”, dijo María Moavro refiriéndose a Nélida Ciotta. "Mi madre pasó de ser un ama de casa a ser una de las fundadoras de Abuelas de Plaza Mayo. Estaba muy empeñada en intentar recuperar su nieto”, señaló la mujer que supo por el relato de sobrevivientes que su hermana, Amalia Moavro, dio a luz una niña. Amalia era militante de la agrupación Montoneros y fue secuestrada la madrugada del 5 de octubre junto a su esposo Héctor Mario Patiño. Nélida recibió información sobre su hija, sobre el estado de su salud y el avance de su embarazo. Nunca le dijeron dónde estaba. A principio de diciembre de 1975 le dijeron que no busque más. Pero la mujer sabía que había más vida por buscar, así que no se detuvo, como tampoco se detiene María.

“A mi hermano se lo llevaron en un jeep”, dijo Elba Rosa Roldán y describió el llanto de su madre. “Al día siguiente se fue a la ‘base’ de San Pablo”, recordó haciendo referencia a la base militar instalada en el pueblo al oeste de la capital tucumana. “Ahí le dijeron que lo busque en el ingenio de Lules”, continuó relatando Elba, que por estos días trabaja en la cosecha de frutillas. La madre de Elba y de Raúl Roldán, fue al ingenio y de allí la mandaron a ‘La Escuelita’. Ahí también se lo negaron. “Ahí lo tenían”, dijo Elba como a quien no le cabe duda alguna. Elba no olvida la noche del 5 de agosto de 1975. “Yo me acuerdo de esa noche que nos sacaron a todos afuera. La casa de mi padre estaba rodeada de militares”, había dicho al empezar su declaración.

“Esta metodología de la simulación de enfrentamientos formaba parte de una acción psicológica de lo que fue el terrorismo de Estado”, había dicho el abogado David Leiva. Elba sabe de la existencia de enfrentamientos fraguados. El cuerpo de su hermano apareció asesinado en un supuesto enfrentamiento el 19 de agosto de 1975. Días más tarde, cuando el Poder Judicial de la Nación ordenó la autopsia de este y de los otros seis cuerpos encontrados en la misma oportunidad, la misma no se pudo realizar. Los cuerpos habían sido inhumados por orden de la Jefatura de Policía.

La audiencia número 35 de la megacausa Operativo Independencia fue una de las más extensas desde que empezó este juicio. El tiempo se hizo elástico para tantas historias. Historias que se narran y se entrelazan unas con otras de diferentes maneras. Algunas por la militancia compartida, otras por los encuentros en la búsqueda. Todas por el dolor que atraviesa y reconfigura las vidas. El tiempo le dio la 'impunidad biológica' a algunos, pero otros, 18 en este caso, están ahí, en el banquillo de los imputados. Son juzgados por delitos cometidos en el afán de tomar en sus manos la decisión de quién y cómo debía vivir o morir.

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